30/3/09

Desde que el hombre es hombre


Gabriela Mistral dejó escrito: Ya otras veces ha sido (para algún místico) el cuerpo la sombra y el alma, la “verdad verídica”. Como aquí.
No dejo de pensar, al leerlo, en que lo simbólico es lo real, que no puede un ser humano tener acceso a la simbología sin tener un arraigo fuerte en el mundo, en la realidad. El hombre primitivo, seguramente, sentía las vibraciones naturales, intuía el mal tiempo como los animales que se refugian o huyen mucho antes de que llegue la tormenta. Vivían el mundo sintiéndolo, intuyéndolo. Lo pensaban. Y pensar bien es sentir bien. Sentir mejor es saber mejor. El hombre moderno desprecia el mundo, destruye el mundo porque ya no lo siente. 
Freud nos dijo que lo consciente es lo de menos, que es más lo que sabemos que lo que desconocemos. ¿Nos llamó ignorantes? No. Nos dijo que la grandeza del individuo es mucho mayor de lo que podemos llegar a suponer porque nadie puede acceder al fondo aunque ese fondo existe. Jung nos enseñó ese fondo colectivo. No hay una sola cosa que pertenezca a la historia de la humanidad que no tengamos dentro. Todos somos un único complejo. Como decía Antonio Oliver, la humanidad es un fósil viviente en cada individuo. Funcionamos agarrando lo mitológico para sobrevivir. Lo arquetípico. Sólo un mito puede llegar a decir lo que no se puede decir con la palabra. El mito es la expresión de las cosas que no se pueden decir.
Y vivimos agarrados (aunque muchos no lo sepan y otros lo nieguen) a eso. Y si nos lo tocan nos tambaleamos sin saber porqué. Los sacerdotes de todas las religiones lo saben muy bien.
No dejo de pensar leyendo a Mistral en todo esto. Hoy nos negamos a tener un alma que sea “verdad verídica”. Preferimos tocar a sentir. Y sentimos mal. Y sabemos peor que antes de nosotros mismos, de nuestra naturaleza, sin asumir que las cosas no son sí o no. Las cosas siempre fueron sí y no. El mundo es dualidad. Y eso es lo arquetípico, sí y no, lo que llevamos dentro desde que el hombre es hombre.
Preferimos tocar a sentir. Sentimos mal. Amamos mal. Vivimos mal y morimos mucho peor. Aterrados y sin esperanza.
©Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano

10 comentarios:

Wara dijo...

Se me ocurre pensar en esa necesidad que tiene algunos de dominar la naturaleza, de modificarla a su antojo, de cambiar el curso de un rio, de ponerle barreras a las mareas, por ejemplo... y con el tiempo la naturaleza vuelve a lo que fue y recupera con creces lo que se le ha quitado. Pero nos obsesionamos en ello porque creemos tener el poder. Y creemos que podemos comprar y mandar. Y olvidamos que en el sentir no se manda, que con el tiempo, un sentimiento oculto se manifiesta incluso con violencia, sin medida, y no haciendo especialmente daño. Pero llega un momento en que nada lo puede contener... Sí, muchos creen tener un inmenso poder y, sin embargo, no son inmunes al miedo ni al terror que despierta todo cuanto ignoramos.

Gabriel, buenas noches. (Deseo que hayas tenido un buen fin de semana).

Ginebra dijo...

No me generalice, hombre.

Cacique dijo...

"Preferimos tocar a sentir.Sentimos mal"

Un regalo y me dices después:

http://www.youtube.com/watch?v=1FzVWlOKeLs&feature=related

Gabriel Ramírez dijo...

Wara: Gracias por el comentario. Totalmente de acuerdo contigo.
Ginebra: ¿En qué quedamos? ¿La globalización existe o no? ;-)
Cacique: Una excelente versión. Le recomiendo que escuche la de Charlie Haden y Pat Metheni. Una cosa es poder sentir. Otra bien distinta es hacerlo mal. Yo lo que digo es que un hombre sin contacto directo con el mundo y con lo trascendente no puede hacerlo. Puede escuchar la música de Morricone y sentirse bien, incluso emocionarse. Lo que nunca podrá es adivinar lo que le están contando. Y, lo peor, una vez que acabe de escuchar olvidará todo.

Carmen Neke dijo...

Totalmente de acuerdo con Ginebra: no me generalice, hombre.

Y añado de mi propia cosecha: es perfectamente posible no creer en nada y tener un profundo contacto con tu alma, aunque hayas perdido toda la esperanza de inmortalidad. Desprenderse de los mitos puede ser aterrador para algunos, pero para otros es una experiencia tremendamente liberadora.

Gabriel Ramírez dijo...

Vamos a ver. Yo no hablo de creencias.
Lo que digo es que la realidad, sea cual sea, se percibe a través, primero, de los sentidos y, después, de la razón. Lo que digo es que si renunciamos a lo trascendente estamos renunciando a parte de la realidad. Yo no he hablado de inmortalidad. Al contrario, creo que eso de "polvo eres y en polvo te convertirás" (si recurro a la tradición judía), es decir, volver a la tierra es volver a vivir. Y, por eso, no sentir esa tierra o destruirla nos lleva a una situación desastrosa.
Carmen, desprenderse de los mitos es, sencillamente, imposible. El mito es la forma de expresar lo que en la palabra no cabe. No es otra cosa. Lea la entrada que titulé "Amar". Ya lo dejaba apuntado.

Carmen Neke dijo...

Gabriel, mi comentario se refería fundamentalmente a la última frase de la entrada. Y muchos mitos fueron originalmente intentos del hombre por dominar (mediante la explicación trascendental) la naturaleza que no comprendían. Por eso mismo, el avance de la ciencia ha ido destruyendo los mitos, nos guste o no. Y hay gente que es perfectamente feliz (que no completa) renunciando a lo trascendente y viviendo en la razón pura. Y renunciando al mismo tiempo a la inmortalidad, sea del tipo que sea. ¿Acaso un científico que estudia (y solamente cree en) las leyes físicas está menos cerca de la naturaleza que el hombre primitivo que intuía esas leyes? ¿No es posible que la trascendencia sea algo que simplemente no está al alcance de todo el mundo?

vera dijo...

Sentimos a lo bestia.
Amamos a lo bestia.
Vivimos, como podemos, controlando un poco ese sentir y ese amar…
Morimos… no quiero ni pensar como. Yo llevo aterrada desde que empecé a pensar.

Y la esperanza… ya no sé qué es. Solo sé de movimientos y jaleos, instintos y deseos, de mi carne, de la carne de mi carne y de una visión: Un cuchillo que me raja en seco.

No quiero volver a pensarla. No entiendo por qué podemos pensar. Mejor dicho, no sé por qué podemos pensar la eternidad y no tenerla.

Gabriel Ramírez dijo...

No. La aparición del mito no obedece a un intento de dominar el mundo. Se trataba de explicar lo imposible, las cosas que el lenguaje en sí no abarca. El hombre puede renunciar a todo menos a esa explicación, al relato del mundo.
Es verdad que los mitos han evolucionado de la mano de la ciencia. Eso es cierto. Pero lo es tanto como que una persona (incluidos los científicos)no pueden explicar, por ejemplo, qué les pasa se se enamoran, qué les pasa cuando algo les conmociona. Inventamos expresiones como, por ejemplo, "es igual que si me hubiran caídos cien rayos a la vez" (cosa imposible) para explicar lo que nos causa esto o aquello. Y eso, aunque le parezca mentira, es mitológico.
Creo que el problema es el punto de partida. ¿Qué es lo mitológico? ¿Cómo funcionan los arquetipos? Y esto no tiene nada que ver con la ciencia, ni con su evolución, ni con la religión. Tiene que ver con la persona, con su entramado más íntimo, con la antropología crítica. Y por extensión con el de la humanidad al completo.
Un científico está menos cerca de la naturaleza porque la siente peor. Y con esto digo que el mundo se percibe a través de los sentidos y que los científicos se empeñan (algunos) en percibir a través de la razón.
Por último, querida Carmenneke, te diré que si la trascendencia no está al alcance de cualquiera (cosa que afirmas en tu comentario)tenemos un problema. Justo el que planteo. La trascendencia es algo innato a la naturaleza humana. Más que nada porque nos morimos y esas cosas. Algo que nos tiene ligeramente preocupados.
Vera: Es verdad que amamos y vivimos a lo bestia. Pero lo podríamos hacer mucho mejor. No repetiré lo dicho hasta ahora. Esas preguntas finales tienen una sola contestación: El hombre está formado por su parte material y la que no lo es. Es decir, todo lo que vengo diciendo hasta ahora.

Svor dijo...

hemos ganado mucho pero hemos perdido lo mejor. llegara el dia, si no la cagamos antes, en que seremos la suma de lo que fuimos y lo que hemos logrado.