
Cuando alguien dice que se siente joven, que el secreto está en esta (lo dice apuntando con su dedo índice a la sien derecha), lo dice creyendo mantener intactas algunas apetencias, todo lo que convirtió en ideología, un ímpetu al realizar que dejó de ponerse a prueba un siglo antes y una vitalidad más bien enana disfrazada de estúpido heroísmo ante la vida.
Nos vamos haciendo mayores (incluso los jóvenes se hacen mayores) sin querer soltar el cabo que nos une a lo que más nos divirtió y nos hicieron felices. Sabemos que muchas cosas no volverán a ocurrir salvo que destrocemos lo que entendemos como vida. Es algo así como tener prohibidas algunas cosas de por vida.
Un ejemplo. Hombre llega a casa y encuentra a su mujer a punto de palmar después de tanta plancha, tanto sacar brillo a la plata y tanta cena después de un día horrible en el trabajo (en el de la señora, digo). Lo más parecido a una noche de homenaje con tu señora es una representación de la Pasión según San Mateo. Bueno, no pasa nada, yo también estoy cansado, piensa él. A ver si este pesado ni se acerca, piensa ella. Él mira su paquete de tabaco. Un cigarro. Sólo. Voy a comprar, dice. Pues vale, le contesta. En la barra del bar hay una señorita apoyada. Le mira y le dice que no le importaría darse un revolcón con él. Al tipo se le ilumina la mirada, el mundo florece, Dios existe. Noche de pasión. Es decir, no es que la pasión esté desaparecida de nuestras vidas. Lo que falta es querer o poder ser apasionado. A eso nos referimos cuando decimos ser los mismos que diez o veinte o treinta años antes. El ejemplo se puede trasladar a cualquier ámbito si le echamos un poco de imaginación.
Digo todo esto por varias razones. Una es porque me da la gana. Otra es porque he leído la última entrada de Vera y ya saben que me gusta sacar la conclusión que también me da la gana sobre lo que escribe. Y, por último, porque creo que es verdad.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
Nos vamos haciendo mayores (incluso los jóvenes se hacen mayores) sin querer soltar el cabo que nos une a lo que más nos divirtió y nos hicieron felices. Sabemos que muchas cosas no volverán a ocurrir salvo que destrocemos lo que entendemos como vida. Es algo así como tener prohibidas algunas cosas de por vida.
Un ejemplo. Hombre llega a casa y encuentra a su mujer a punto de palmar después de tanta plancha, tanto sacar brillo a la plata y tanta cena después de un día horrible en el trabajo (en el de la señora, digo). Lo más parecido a una noche de homenaje con tu señora es una representación de la Pasión según San Mateo. Bueno, no pasa nada, yo también estoy cansado, piensa él. A ver si este pesado ni se acerca, piensa ella. Él mira su paquete de tabaco. Un cigarro. Sólo. Voy a comprar, dice. Pues vale, le contesta. En la barra del bar hay una señorita apoyada. Le mira y le dice que no le importaría darse un revolcón con él. Al tipo se le ilumina la mirada, el mundo florece, Dios existe. Noche de pasión. Es decir, no es que la pasión esté desaparecida de nuestras vidas. Lo que falta es querer o poder ser apasionado. A eso nos referimos cuando decimos ser los mismos que diez o veinte o treinta años antes. El ejemplo se puede trasladar a cualquier ámbito si le echamos un poco de imaginación.
Digo todo esto por varias razones. Una es porque me da la gana. Otra es porque he leído la última entrada de Vera y ya saben que me gusta sacar la conclusión que también me da la gana sobre lo que escribe. Y, por último, porque creo que es verdad.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
6 comentarios:
Ay, sí que lo es.
Somos los mismos. Nada desaparece. Y si; lo que falta es querer o poder. Nathan se ve desposeído de “sí mismo” y pongo su “sí mismo” entre comillas porque sabemos a que parte de su cuerpo se refiere y a la función específica que ésta desarrolla (funciones, más bien).
Me resulta encantadora la relación entre la incontinencia urinaria de Nathan, la incontinencia de sus instintos y su continencia sexual obligada: su impotencia.
Y de nuevo si, hay que desposeerse, despojarse casi del cuerpo para aferrarse a lo que resultó adecuado para seguir adelante y no sentir que la vida se desintegra a nuestros pies. Prefiero desintegrarme yo a que se me desintegre la fina capa de hielo sobre la que me encuentro. Cada vez mas dura y fría ella, cada vez menos pesada, más liviana e insustancial yo sobre ella.
Y también, como no, aferrarse a lo soñado e imaginado. Aunque no pese lo suficiente (tan sólo unos minutos, unas horas o unos pocos años). Apañarlo para que adquiera un volumen colosal.
Yo también saco las conclusiones que me da la gana sobre lo que escriben otros. En este caso Philip Roth. Conclusiones personales y difícilmente transferibles.
Abrazos.
Cabe plantearse porqué el hacer cosas que te harían feliz tienen que destrozarte la vida como la entiendes. Plantearse si el no hacerlas no te destroza la vida aún más, o hace que se convierta en algo que no merece llevar el nombre de vida.
Preciosa foto, por cierto.
Me temo que no es del todo cierto eso que se dice tan a la ligera que querer es poder. No, no me lo parece. Querer es una cosa. Incluso, es una cosa maravillosa que nos da la posibilidad de volar sin levantar los pies de tierra; es más, sin necesidad, si quiera, de ser conscientes de que tenemos pies. Poder es otra distinta. Pretender poder, que en ocasiones es ya demasiado en si misma, también implicaría la pretensión de hacer el esfuerzo de levantar esos pies que pesan como losas, casi siempre misión imposible de conseguir. Del resto ya no quedaría ni rastro.
Lo que ocurre es que los cabos no quedan sueltos, nos aferramos a ellos y con el tiempo se desgastan. Permanecen los instintos, no los sentimientos (me repito, ya lo sé).
Además, cuando la vida nos da la oportunidad que pedimos a gritos con la boca cerrada, no la queremos, no, entonces no. Entonces nos hundimos con la posibilidad de volver a empezar.
hay quienes necesitan comprobarlos con otro, eso que no han perdido, pero entonces es muy tarde y aun mas para asumirlo.
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