21/5/09

Ángeles reparadores, S. A.


La vida puede reducirse mucho cuando uno quiere. El límite está donde lo queramos poner. Cabe la posibilidad de que alguien decida que la suya consiste en arreglar cisternas. Y eso es hacer enana la existencia. Mal asunto. La tendencia que tenemos a dibujar el límite es lugares improbables comienza a ser preocupante.
Que la vida es dura, muchas veces fea y bastante guarra no es ningún descubrimiento. Que convertimos en insoportable, repugnante y patética esa misma vida cuando nos ponemos brutos, tampoco es nada nuevo.
No creo en las casualidades. Todo tiene un porqué. Y conviene hacerse preguntas para explicar lo que nos pasa, por qué nos ocurren las cosas más insospechadas.
No hace mucho hablaba con una persona que dedica buena parte de sus esfuerzos a reparar cisternas. Tomábamos una cerveza. Lágrimas en los ojos. “Joder, soy especialista, me llama todo el mundo para que le arregle la suya”. Está a punto de reventar porque sabe que lo que quiere reparar es su matrimonio y se siente incapaz. Piensa que no hay una mínima posibilidad de conseguirlo. Pero repara cisternas con un arte de miedo.
No tenía intención de contarme nada. Y lo hizo. Con detalle, sabiendo que le iba a contestar con crudeza. “Tú eres una cisterna. Empieza por ti mismo. A veces es tan sencillo reparar una cosa como la otra. Aprietas un tornillo o acaricias una mano que se estremece después de tanto tiempo esperando ese momento”. Lo de siempre. Olvidamos las cosas pequeñas y nos dedicamos a lo enorme. Alicatamos el baño y olvidamos la dichosa cisterna. Casi siempre queremos resolver asuntos que tienen que ver con el entorno sin pararnos a pensar que estamos perdidos, que no somos ni la sombra de lo que fuimos y que, así, no hay forma. Tiramos la toalla en el primer asalto, en cuanto nos rozan.
Fue una conversación dura aunque amable y cariñosa. De las auténticas. Una conversación en la que la fortaleza que fingimos tener cuando sumamos años (que idiotez, por favor) la destapamos para que tuviéramos presente una fragilidad que llega junto con la pérdida de inocencia. Dimos vueltas alrededor de cada detalle hasta encontrar la puerta de escape (cerrada aunque con la llave puesta). Y lo más importante: apenas hablamos del otro. “Si no te encuentras, si no regresas y vuelves a ser lo que eras, la leche que te vas a pegar va a ser mucho mayor”.
Creo que el mundo se agrandó un poco. Ese es el porqué. Alguien necesitaba respirar y apareció otro que, acostumbrado a cargar con la botella de oxígeno, no dudó en compartir. A veces pasan estas cosas. Conocemos y reconocemos al que nos puede prestar ayuda. Todos somos ángeles de la guarda disfrazados de cisternas por reparar o de especialistas en reparaciones varias. Depende de cómo nos encontremos de ánimo.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano

7 comentarios:

Svor dijo...

conozco a mucha gente que pinta su vida de colores. llega el agua y barre con todo. tal vez el color de base no es el deseado pero se nace con el. lo importante es salir a pintar nuevamente después del tormenton.

Manuel Rico dijo...

No es fácil asumir que una vida (sobre todo cuando de la propia se trata) ha de concentarse en una labor repetitiva, especializada en exceso, cerrada a otros horizontes. Y, sin embargo, tengo la impresión de que la mayoría de las personas, quizá sin ser conscientes de los límites que la vida les impone, viven (vivimos) atrapadas en ese dilema. Como el experto en reparar cisternas del que nos hablas. Sólo la relación con los otros, la asunción, con ellos, de nuestros límites, y vivir lo cercano y accesible modificándolo en favor de una vida más gratificante y gratificada puede, en parte salvarnos.

Carmen Neke dijo...

Una palabra a destiempo nos puede arruinar la tarde (o la vida), una palabra a tiempo nos la puede salvar. Seamos todos ángeles de la guarda, y tengamos el oxígeno preparado y dispuesto a compartirlo. Que la vida bastante perra es ya de por sí.

Y a mí ser reparador de cisternas me parece un oficio muy digno. Y mucho mejor que dirigir el tráfico en un planeta remoto, por ejemplo.

Ginebra dijo...

A mí de ángeles nada; a mí lo que me molan son los arcángeles.

Wara dijo...

Yo quiero al Angel con el que soñé esta noche, que sonreía pero estaba triste... No puede ser.

Creo que la gente escucha un poquito menos cada día, no sé si es por lo rápido que va todo cuanto nos rodea, o porque sencillamente nos estamos volviendo más indiferentes a los quebraderos de cabeza de nuestros amigos y parientes. A veces decimos un luego, un mañana hablamos, y los días pasan... Pero lo cierto es que todos necesitamos de alguna reparación.

Unknown dijo...

Lo bonito es que sigueramos todos como el primer día, no dejar enfriar las cosas, cuidarlas, incluso mimarlas ¿Porque no?.. si esto falla por muy especialistas que seamos... no llegaremos a arreglarlo..porque las cositas pequeñas son las más importantes y las primeras que olvidamos...
A veces las preguntas no tienen respuesta....

Un saludito

Poma- Marta dijo...

Suscribo el comentario de Carmen.
Añado, saltemos la barrera más alta le del miedo a comunicarnos " de verdad" incluido con nosotros mismos.