
Nos estamos acostumbrando a charlar con una pantalla. Escribimos lo que queremos decir sabiendo que alguien lo leerá y nos contestará. O no. Pero decimos sin descanso y sin pararnos a pensar sobre lo que tenemos enfrente.
Las pantallas no gesticulan, no lloran, no ponen cara de sorpresa (entre otras cosas porque no tienen cara ni nada de nada), son objetos sin vida. Y nosotros, que somos muy listos y que todo lo sabemos porque para eso somos nosotros, lo que hacemos es dibujar gestos, lágrimas, expresiones de todo tipo a esos objetos muertos. Además lo hacemos dependiendo de lo que nos va mejor. Por ejemplo, alguien escribe “vale” con carita de abuela Paz, asumiendo lo que ha leído como bueno, sin ganas de meterse con nadie. El que lee quiere entender que eso es una chulería llena de prepotencia, algo que ha dicho un tipo cuando echaba espuma por la boca y le dice “tú eres un gilipollas”. Y se acaba la conversación. Una charla irreal, absurda y estéril. Eso sí, nos sentimos poderosos, por encima del bien y del mal, llenos de razón, inteligentes y profetas al que todo el mundo debería escuchar y seguir hasta el infinito.
Frente a una pantalla nos atrevemos a cualquier cosa. Al fin y al cabo lo único que nos puede pasar es que aparezcan una palabras replicando lo que dijimos. Poca cosa. Frente a las personas la cosa cambia. Si le dices a cualquiera “eres anormal” puede pasar que te rompa la crisma y eso ya es más peligroso. Si alguien dice “te quiero” se puede encontrarse con que el otro se desmaya del asco cuando, poco antes, decía a través de la pantalla “yo también te quiero como nunca he querido a nadie en este mundo”.
Aunque todo esto tiene grandes ventajas. Si no quieres continuar con una conversación dejas de teclear y no hacen falta explicaciones de ninguna clase. Pasar desapercibido y no tomar partido es fácil. Nadie te puede mirar a la cara intentando que asientas o hagas un gesto de desaprobación. En medio de una trifulca lo que haces es escribir lo que te parece más adecuado para excusarte más tarde y asunto zanjado.
Y, por supuesto, la gran ventaja, lo más grande que ha traído la pantalla al mundo es la posibilidad para millones de personas de, siendo idiotas de pies a cabeza, poder decir lo que les place, sentirse escritores, ingenieros técnicos o sacerdotes de la séptima iglesia evangelista. Es una sensación efímera porque cuando alguien que finge ser lo que no es se levanta y sale a la calle se acaba esa ilusión. Pero mientras dura esa especie de éxtasis el individuo es feliz. Un poco más tonto que ayer, pero feliz.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
9 comentarios:
Como decía mi abuelo: " Qué pan más tonto el que comemos"
Entonces, ¿el secreto es ser además de tontos infelices sin remisión y sin un mínimo de esperanza de llegar a creernos ser menos tontos de lo que realmente seremos toda nuestra vida? Pues seguramente; y lo que es, imagino que debe ser y no hay vuelta de hoja. Pero para ese viaje no se necesitan alforjas.
En mi caso, se lo aseguro, me tomo la libertad de decir mucho de lo que pienso y no diría en ninguna otra parte, y no es por presumir ni de nada bueno ni de nada malo, simplemente porque mi anonimato me da alas como esa bebida al uso. Tal vez sea simplemente la exteriorización del exhibicionismo latente de los cobardes, que de todo debe haber en la viña del señor.
No sé si seré muy tonta o un poquito apenas, pero a veces mi felicidad si depende de la pantalla, y no precisamente de lo que digo, pero si de lo que me dicen pues me lo creo todo a pie juntillas jajajajaja
Besos borrascosos
Las pantallas nos han devuelto el morbo de hablar a escondidas, como antaño se hacía detrás de una reja, o escondiendo la cara bajo una capa o un velo o detrás de un abanico. Parece que nos hemos hartado con mucha rapidez de esa libertad que tanto trabajo nos costó conseguir.
Cuánta razón tenía el abueno de Cacique: qué pan más tonto.
Sí, sí, será tonto pero está rico. El pan, digo.
Jajaja, Ginebra, sobre todo si lo mojas en salsa :-)
A mí me ha ocurrido lo contrario, es curioso, con lo fácil que habría sido mandar a hacer puñetas a alguien a través de la pantalla, no lo he hecho. Me han hecho daño y ni siquiera lo saben. Rarita que es una.
Creo que la pantalla es una gran válvula de escape, una auténtica terapia de grupo, un desahogo al lado oscuro. Vamos, que por una vez decimos lo que pensamos.
Hola G.
Sí, supongo que frente al ordenador somos otros. Quizá es una valentía por saber que a quien te has dirigido ni siquiera lo ha leído. O te ha leído y no responde, cobardía o indiferencia. O lo que escribes no interesa que también puede pasar.
Antes de escribir te quiero, lo digo pues es una certeza. Antes de decir te odio, lo escribo pues suele ser en ese momento cuando me doy en cuenta que, en realidad, no es así.
No me siento escritora por escribir, escribo por que así lo siento y suelo leer lo que escribo en alto frente a alguien para ver qué tal le suena o para mí misma.
Supongo que los arreglos suenan mejor o peor según el oído que tenga uno.
Y con todo, como siempre, muy buen escrito.
Un abrazo
Donde esté una buena conversación o tertulia ,cara a cara, para mí que se quiten pantallas.No siempre eso es factible y como sucedaneo, pues no está tan mal...
Que algunos o muchos , sean tras la pantalla lo que no son sin ella, no me perturba demasiado la verdad.Como tampoco aquellos que por una necesidad de expresar,lo hagan en pequeños espacios o blogs, sin ir ni pretender ser nada de nada .
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